Pilar González de Frutos, presidente de Unespa, ha expuesto detalladamente en el Congreso sobre Estado del Bienestar, organizado por ICEA y Community of Insurance, las 3 propuestas del sector para su sostenibilidad.

1.- Primer punto: tenemos que automatizar, en lo posible, la sostenibilidad de nuestro actual sistema de pensiones, esto es del sistema de reparto.

“Lo mejor que podemos hacer en favor de un debate claro y estructurado en torno al problema de las pensiones es alejar de sus primeras trincheras el tema de la sostenibilidad; y esto pasa por automatizar en lo posible los ajustes necesarios para conseguirla. Que la sostenibilidad deje de ser un debate político para pasar a ser tema de los técnicos. Y esto pasa, a mi modo de ver, por los siguientes elementos: En primer lugar, tiene que haber un sistema prescrito para calcular la sostenibilidad del sistema en el largo plazo. Es evidente que los aseguradores sabemos bastante de cálculo de flujos de activo y de pasivo en el largo plazo, así pues creo que seríamos de ayuda para ello. Pero hay muchos expertos que han hecho avances en este terreno.

Lo importante es que la respuesta a la pregunta de si el sistema es sostenible no esté sujeta a la subjetividad de las opiniones o la pasión de las creencias, sino que sea una respuesta, ya lo he dicho, automática. La respuesta a la pregunta, éste es el segundo elemento, debe generar efectos, de nuevo, automáticos. Ante una insostenibilidad, o si lo prefieren más técnico, ante la constatación de que el valor actual de los activos ni iguala ni supera al de los pasivos, debería activarse un sistema de reequilibrio; activación que, de nuevo, no debería dependen ni de opiniones ni de acciones ni de decisiones. Tercer y último elemento automatizador: la edad de jubilación. Las estadísticas demográficas son bien conocidas y, la constatación a través de las mismas de un desplazamiento estructural de la longevidad debería activar, de nuevo, automáticamente, la discusión o decisión en torno al desplazamiento de la edad de jubilación. Con estos elementos, el sistema, tanto en su vertiente de reparto como en la de capitalización, contaría con unas reglas de juego transparentes, técnicamente sólidas y razonablemente predecibles. Todos nos sujetaríamos a ellas; todos, por decirlo así, jugaríamos el mismo partido”.

2.- El segundo elemento además de la automatización debería ser la transparencia.

“En este punto debería existir un antes y un después ya que el antes, es decir la situación actual, es, lo diré de la forma más elegante que se me ocurre, manifiestamente mejorable. Los españoles, hoy, saben muy poco de pensiones. En segundo lugar, los españoles no conocen cuánto han cotizado, ni de qué derechos les hace acreedores esa cotización. No saben nada sobre las consecuencias de su carrera laboral. Saben dónde y durante cuánto tiempo han cotizado. Saben, pues, en cuántas gasolineras han parado en el trayecto. Pero ni saben la gasolina que han echado, ni saben cuál es la situación del tráfico. Al cotizante español hay que regalarle un gps de última generación que le diga en cada momento dónde está y cuáles son las rutas posibles para llegar a su destino.

3.- El tercero es el pilar de capitalización complementario.

“El ahorro capitalizado para las pensiones son dos cosas: mutualización y tiempo. ¿qué decir sobre la mutualización? La historia del seguro, que es ya muy dilatada, y la de los sistemas de hacienda pública, que lo es todavía más, demuestran con claridad las virtudes de abordar un problema colectivamente. No es exactamente lo mismo que 1.000 personas decidan, una a una, ahorrar, que 1.000 personas ahorren conjuntamente. El segundo de los esquemas tiene más posibilidades de ecualizar y equilibrar riesgos y coyunturas en un colectivo que está formado por personas en situaciones diferentes, unos activos, otros pasivos, unos más jóvenes, otros menos; y que tiene, en una situación normal, un aporte continuado de entradas y salidas. Por eso es tan importante convertir a las empresas, sectores y corporaciones en el teatro del pilar de capitalización de las pensiones. Esto lo tenemos que explicar aquí; en los países a los que nos queremos parecer: en Holanda, Alemania, Suecia, Dinamarca, Reino Unido, esto ya no hay que explicarlo, porque es obvio.

El mercado laboral es una carretera por la que tiene que pasar, camino de su pensión, cada cotizante. Eso que llamamos un segundo pilar de las pensiones no es sino un sistema organizado para que, en las paradas de su camino, el cotizante se encuentre con herramientas y soluciones adaptadas al objetivo que va buscando; sobre todo si la condición de la transparencia a que ya me he referido se cumple, y ese cotizante tiene información precisa sobre cuál es la pensión que le es racional esperar cuando termine el viaje.

La pregunta del millón de euros es: si, como ha predicho la comisión europea, la pensión de reparto española es susceptible de perder unos 30 puntos de tasa de sustitución en las próximas décadas, ¿tiene un segundo pilar la capacidad de equilibrar este efecto? En mi opinión, sí. Por lo menos puede hacerlo en gran parte.

Haciendo un cálculo muy estilizado, he estimado que si los españoles que hoy están a unos 18 años de jubilarse, hablamos de gente que ronda la cincuentena, se planteasen obtener del segundo pilar de capitalización 20 puntos de tasa de sustitución al jubilarse, necesitarían ahorrar aproximadamente unos 75.000 millones de euros cada año o, si lo prefieren, un 10% de toda la renta disponible de los hogares. Evidentemente, estas magnitudes son insoportables: la procura de pensiones suficientes estaría demandando de los hogares una brusca y muy significativa restricción de su capacidad de consumo, lo cual probablemente operaría en contra del crecimiento económico del país. Este dato, sin embargo, no quiere decir que montar un segundo pilar sea una mala idea. Lo que es una mala idea es pretender que los trabajadores ahorren para la jubilación desde los 50 años.

Si en lugar de ahorrar 18 años ahorramos 25, esto es empezamos a ahorrar allá por los 42, la carga resultante sobre la renta disponible ya no es del 10%; es del 8,8%. Si ahorramos 30 años, esto es desde los 37, bajamos al 8%. Y si ahorramos durante toda la vida laboral, el esfuerzo es del 6% de la renta disponible. Nada pues, que un mínimo nivel de crecimiento estructural de la economía no pueda equilibrar, o más que equilibrar. Mutualización y ahorro colectivo, mezclado con tiempo, mucho tiempo. Cuanto más, mejor. Y eso se llama, según nuestra apreciación, adscripción por defecto y subvención condicionada.

La adscripción por defecto es, cuando menos en nuestra opinión, el sistema de ahorro que mejor respeta, a la vez, el objetivo de extender el ahorro-previsión y el de respetar la libertad de las personas. Si debo ser totalmente sincera, les diré que, en realidad, hay algún otro sistema probablemente mejor. Probablemente, la mejor forma de concebir un segundo pilar es lo que nosotros llamamos sistemas seudoobligatorios, que se pueden ver en alemania, dinamarca y otros países, que se centran en la negociación colectiva, pero estableciendo entornos de obligatoriedad para todos los afectados por la misma. El ahorro es voluntario pero, en la práctica, basta un acuerdo tomado, por ejemplo, en la negociación colectiva del sector de la construcción, para que todas las empresas de dicho sector deban llevarlo a cabo.

El problema de los sistemas seudoobligatorios es que están íntimamente ligados al entorno en el que fueron creados. En la mayoría de los casos estos sistemas se pusieron en marcha en los años sesenta y setenta, en mercados laborales y empresariales más homogéneos que el nuestro y con culturas de acuerdo social también distintas (piensen, sin ir más lejos, que en los países bajos fueron los interlocutores sociales los que le recomendaron al gobierno que desplazase la edad de jubilación). Esto hace que estos sistemas sean muy difíciles de exportar. La admiración hacia lo danés, tan común hoy en día en el debate económico y social, es algo mucho más fácil de predicar que de estructurar. Eso sin mencionar que muchos admiradores del sistema danés olvidan, o tal vez prefieren olvidar, que el mercado laboral danés es extremadamente flexible.

La posición más pragmática, por lo tanto, es optar por un sistema con un primer escalón de obligatoriedad. Es decir, un escalón en el que el empresario adscribe a su trabajador a un esquema de ahorro; combinado con un segundo escalón de voluntariedad en el que el trabajador puede optar por salirse de dicho esquema de ahorro, aunque lo tiene que hacer con una decisión plenamente consciente. El sistema de adscripción por defecto cambia notablemente las cosas porque en él lo natural, lo que, por así decirlo, pasa siempre, es que el trabajador esté inmerso en un sistema de ahorro; tiene que salirse de él para no estar. En un esquema de voluntariedad, es justo al revés: el trabajador no está, y tiene que tomar la decisión de entrar. Pero, en un segundo pilar, para entrar tiene que convencer a otros compañeros para poder ahorrar, lo cual hace las cosas mucho más difíciles. La adscripción por defecto simplifica esta situación.